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LSD y opiáceos inyectables
La LSD (dietilamida del ácido lisérgico) ejerce sus efectos al interactuar con los sistemas neurotransmisores del cerebro, principalmente el sistema de la serotonina. La serotonina, o 5-hidroxitriptamina (5-HT), interviene en la regulación del estado de ánimo, la percepción y la cognición. La acción de la LSD se centra especialmente en el receptor 5-HT2A, un subtipo de receptores de serotonina que se encuentra en altas concentraciones en el córtex y otras regiones cerebrales implicadas en la percepción sensorial y el pensamiento de orden superior.
Cuando el LSD entra en el cerebro, se une a los receptores 5-HT2A y los activa. Esta activación no imita simplemente los efectos normales de la serotonina, sino que altera de forma compleja las vías de señalización habituales. El resultado es una alteración significativa de la percepción, el pensamiento y las emociones. Esta alteración puede entenderse de varias maneras clave:
1. 1. Procesamiento sensorial y percepción: Los receptores 5-HT2A están muy implicados en el procesamiento de la información sensorial, especialmente en áreas como el córtex visual y los centros auditivos. Cuando el LSD se une a estos receptores, cambia la forma en que se interpreta la información sensorial. Esto provoca distorsiones visuales vívidas o alucinaciones, experiencias auditivas alteradas y un cambio en la percepción del espacio y el tiempo.
2. Aumento de la excitación cortical: El LSD estimula la liberación de glutamato, que es el principal neurotransmisor excitador del cerebro. Esto conduce a un aumento de la actividad cortical, especialmente en las áreas relacionadas con el procesamiento visual y sensorial. El cerebro se vuelve hiperactivo en cuanto a la forma en que procesa los estímulos. Esta es una de las razones de la mayor conciencia o magnificación de los detalles que los usuarios a menudo reportan.
3. 3. Conectividad alterada entre regiones cerebrales: El LSD promueve una mayor comunicación entre regiones cerebrales que normalmente no interactúan tan directamente. Los estudios que utilizan la resonancia magnética funcional (fMRI) han demostrado que durante una experiencia con LSD, las redes cerebrales que normalmente están segregadas empiezan a interactuar más libremente. Por ejemplo, el córtex visual puede comunicarse más con la red de modos por defecto (DMN), implicada en el pensamiento autorreferencial y el ego. Esto podría explicar por qué los usuarios experimentan a menudo una sensación de disolución del ego, en la que los límites entre ellos mismos y el mundo exterior parecen difuminarse, dando lugar a una sensación de unidad con su entorno.
4. Efectos en la Red de Modos por Defecto (DMN): La DMN es un conjunto de regiones cerebrales que se activan cuando no estamos concentrados en el mundo exterior, como durante la ensoñación, la introspección y la autorreflexión. La LSD altera el funcionamiento normal de la DMN, lo que se cree que contribuye a la experiencia de disolución del ego o pérdida de la propia identidad. Los usuarios a menudo dicen sentir que han trascendido su sentido del yo, experimentando una conexión con todo lo que les rodea.
5. Actividad de la Dopamina y la Norepinefrina: Aunque los principales efectos de la LSD se producen a través de la serotonina, también interactúa con los receptores de dopamina y norepinefrina. La dopamina interviene en las vías cerebrales de la recompensa y el placer, y la norepinefrina afecta a la excitación y el estado de alerta. Estas interacciones pueden explicar algunos de los efectos estimulantes y eufóricos del LSD, así como el aumento de la intensidad emocional y los niveles de energía durante un viaje.
Los opiáceos inyectables, como la heroína, la morfina y el fentanilo, actúan interactuando con los receptores opiáceos del cerebro, que forman parte de los sistemas naturales de dolor y recompensa del organismo. Estos receptores están repartidos por todo el sistema nervioso central y normalmente se activan con las endorfinas, las sustancias químicas analgésicas naturales del organismo. Cuando se inyectan opiáceos, inundan el cerebro y el cuerpo con potentes compuestos sintéticos o naturales que se unen a estos receptores opiáceos, provocando una serie de efectos fisiológicos y psicológicos.
Una vez que el opiáceo llega al cerebro, atraviesa la barrera hematoencefálica y se une principalmente a los receptores opioides mu. Estos receptores se concentran en zonas del cerebro que regulan el dolor, la recompensa y la respuesta emocional, como el tronco encefálico, el sistema límbico y la médula espinal. Al unirse a estos receptores, los opiáceos inhiben la transmisión de señales de dolor, lo que produce un efecto analgésico (alivio del dolor). Esta es la razón por la que los opiáceos inyectables se utilizan médicamente para el alivio del dolor intenso, como en el caso de la morfina, que suele administrarse en los hospitales para el dolor agudo tras una intervención quirúrgica o una lesión.
Más allá del alivio del dolor, los opiáceos también provocan la liberación de grandes cantidades de dopamina en el circuito de recompensa del cerebro, especialmente en el núcleo accumbens. La dopamina es el neurotransmisor asociado con el placer y la recompensa, y esta oleada de dopamina crea intensas sensaciones de euforia y bienestar.
Cada opiáceo tiene un perfil ligeramente diferente. La heroína, por ejemplo, se convierte rápidamente en morfina una vez que entra en el cerebro, pero como atraviesa la barrera hematoencefálica con mayor rapidez, los efectos se sienten de forma más intensa e inmediata en comparación con otros opiáceos. Por otra parte, el fentanilo es mucho más potente que la heroína o la morfina, entre 50 y 100 veces más que ésta. Incluso una pequeña cantidad de fentanilo puede causar un profundo alivio del dolor y euforia, pero también conlleva un riesgo mucho mayor de sobredosis porque suprime la capacidad del cerebro para regular la respiración.
La combinación de LSD y opiáceos inyectables introduce una amplia gama de efectos complejos y potencialmente peligrosos.
Un riesgo importante es la depresión respiratoria. Los opiáceos suprimen la respiración al actuar sobre el tronco encefálico, y las dosis altas o los opiáceos potentes como el fentanilo pueden provocar una insuficiencia respiratoria mortal. Aunque el LSD no afecta directamente a la respiración, puede distorsionar la percepción y el juicio, enmascarando potencialmente las señales de advertencia de una sobredosis inminente. Una persona bajo los efectos de ambas sustancias puede no reconocer o reaccionar ante los peligrosos niveles de sedación provocados por los opiáceos, lo que hace mucho más probable una sobredosis.
Además, como el LSD puede provocar hiperactividad o inquietud, esto podría enmascarar paradójicamente los efectos sedantes de los opiáceos de forma temporal, dando una falsa sensación de seguridad antes de una repentina caída en sobredosis.
Psicológicamente, las propiedades alucinógenas del LSD pueden afectar profundamente al estado de ánimo y a los patrones de pensamiento. Cuando se combina con opiáceos, la intensa euforia del opiáceo puede llevar a experiencias emocionales o incluso espirituales más intensas. Sin embargo, también existe el riesgo de desregulación emocional, donde los efectos disociativos o alucinatorios del LSD se combinan con el entumecimiento inducido por los opiáceos, creando cambios emocionales extremos o confusión. Los consumidores pueden sentirse alejados de la realidad y sufrir delirios aterradores, lo que exacerba la ansiedad y el pánico.
Además, el consumo polisubstanciado de estas drogas está relacionado con un mayor riesgo de problemas de salud mental a largo plazo. Los consumidores crónicos pueden desarrollar un trastorno de percepción persistente de alucinógenos (HPPD) o psicosis persistente, que puede empeorar por los síntomas psicológicos de abstinencia asociados al consumo de opiáceos.
Por lo tanto, combinar LSD con opiáceos inyectables amplifica los peligros de ambas drogas, creando una mezcla impredecible de sobreestimulación alucinógena y sedación inducida por opiáceos que aumenta drásticamente el riesgo de sobredosis, crisis de salud mental y daños a largo plazo en la función cerebral.
No hemos encontrado datos confirmados sobre afecciones agudas y mortales asociadas a esta combinación. Al mismo tiempo, no hay indicios de efectos recreativos positivos que merezcan la pena y que puedan cubrir los riesgos de esta combinación.
Teniendo en cuenta lo anterior, recomendamos tratar esta combinación con mucha precaución.
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